“Annies” o “Shirleys” en los Estados Unidos, “Come-viáticos” en Venezuela, “Cachuchas” en México. Las hay de todos colores, edades y complexiones. Habitan el graderío de los parques de pelota, siempre ubicadas en lugares estratégicos para poder hacer contacto visual con sus objetivos. Aunque también se les ve en el lugar donde los equipos pernoctan. Son las “groupies beisboleras”, que emulan un poco, a las que se hicieron famosas en los años 60s y 70s por seguir estrellas de rock a cambio de ¿un poco de atención?
La película Bull Durham (1988), estelarizada por Susan Sarandon y Kevin Costner, es una mezcla de comedia romántica con cinta deportiva que pinta una figura eufemística de las “groupies beisboleras”. Annie, una dama entrada en años que sabe mucho de pelota, se involucra románticamente con peloteros del equipo de AAA de su ciudad, los Toros de Durham. Annie elige siempre jovencitos novatos que, gracias a ella, mejoran su rendimiento. Acaba enamorándose de un cátcher veterano que es un eterno AAA. Romántico ¿verdad? Aunque muy alejado de la realidad.
La prensa deportiva jamás tocó el tema de las “groupies” hasta que Jim Bouton publicó en 1970 Ball Four, un escandaloso libro que desveló muchos secretos, de esos que no deben salir a la luz pública de acuerdo a los códigos de conducta y las reglas no escritas del béisbol. Entre las cosas que reveló Bouton, hoy por hoy un paria del béisbol, estaban las licencias que los peloteros de grandes ligas (la mayoría casados) se tomaban con las “groupies” (él les llama Baseball Annies) y las sobrecargos.
Bouton pinta una cruda realidad, las “Annies” son mujeres que sirven para un propósito útil y ya. “Gracias, qué tenga usted una vida feliz. Tal vez nos veamos cuando mi equipo vuelva a la ciudad ¿Cómo me dijo que se llamaba?” Los peloteros las tienen en un concepto muy pobre. En México, por ejemplo, hasta hay una seña para comunicar que cierta persona es la cachucha de alguien. Las intercambian y se burlan de ellas. José Canseco en su libro Juiced cuenta cosas peores, indignas de ser reproducidas. Basta con mencionar que llaman a las “groupies Road beef” (carne de gira).
¿Por qué entonces estas mujeres persiguen a los beisbolistas como ratones al flautista de Hamelin? Puede ser que tengan una gran afición por el deporte, que su amor las lleve a querer interactuar con los atletas que admiran, o que les atraigan la fama y el dinero. La realidad es que la única respuesta plausible que encuentro es que tienen baja autoestima y ningún temor a las enfermedades venéreas.
Hay “groupies” que llegaron a ser famosas, como Morganna la “Roba besos,” que ingresaba al diamante corriendo y zaz, besaba en la mejilla al pelotero de su elección. Llegó a coleccionar 37 víctimas, que incluyen a Fernando Valenzuela y al Pollo de San Diego, además de algunos arrestos y golpes. Bailarina exótica de profesión, Morganna cuenta que cuando besó a Pete Rose, su primer ligamayorista, él le profirió algunas palabrotas que la ofendieron. Más tarde, Rose fue al tugurio donde ella trabajaba y le llevó unas rosas para disculparse. Morganna ingresó al Salón de la Fama de Cooperstown en una foto de cuando besó a Frank Howard. Sin duda un homenaje a su osadía.
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