EL TORO QUE CAMBIÓ EL JUEGO.
- tercerstrikee
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Por Patricia Guerra Frese (Pattywar)
Por qué Fernando Valenzuela merece entrar a Cooperstown.
Un ídolo que hizo temblar al béisbol
Hay jugadores que llenan una estadística. Otros, una década. Fernando Valenzuela llenó un país, un idioma y un continente entero. El Toro no solo dominó el montículo: reescribió lo que significaba pertenecer al béisbol. Esa es la diferencia entre un gran pitcher y una leyenda.
Esa es la diferencia entre una buena carrera… y un lugar en Cooperstown.
1981: el año en que nació un mito
Valenzuela irrumpió en MLB como si el montículo fuera su destino natural. Con 20 años, abrió la temporada con una racha que parece inventada:
8-0,
0.50 de ERA,
7 juegos completos,
5 blanqueadas.
Luego hizo lo que ningún otro lanzador ha logrado en la misma temporada: ganar el Novato del Año y el Cy Young. Y cerró el año coronándose campeón de la Serie Mundial con los Dodgers.
No fue suerte. No fue moda. Fue el nacimiento de una figura histórica.
Seis años de dominio absoluto
Entre 1981 y 1986, Valenzuela fue uno de los mejores lanzadores del planeta. En ese tramo:
6 Juegos de Estrellas consecutivos,
26 blanqueadas,
97 triunfos,
1,537 innings (más que cualquier pitcher de MLB),
2.97 de ERA,
27.1 WAR (solo superado por Dave Stieb).
En la era pre-“analytics”, Valenzuela ya hacía lo que hoy obsesiona a los gerentes generales: lanzar profundo, dominar, resistir.
Una carrera completa, no un destello
A lo largo de 17 temporadas, el Toro acumuló:
2,930 entradas,
173 victorias,
2,074 ponches,
41.4 WAR,
Un juego sin hit ni carrera (1990),
Dos Silver Sluggers,
Un Guante de Oro.
Casi tres mil entradas en Grandes Ligas no le pasan cerca a un “caso de pico corto”. Su legado estadístico es real, tangible y comparable al de varios miembros ya exaltados.
La Fernandomanía: un argumento que Cooperstown no puede ignorar
La grandeza de Fernando no se mide solo en números: se mide en multitudes.
En 1981, sus aperturas fuera de casa promediaron 18,981 aficionados más que cualquier otro pitcher de los Dodgers. En ciudades donde los latinos no tenían voz ni rostro, Valenzuela se convirtió en ambos.
Ni antes ni después ha existido un fenómeno tan poderoso entre un jugador y una comunidad.
La Fernandomanía no fue marketing. Fue identidad.Y según los criterios del Salón de la Fama —que incluyen contribución al béisbol en general—, ese impacto cuenta.
Los precedentes ya están ahí
Cooperstown ha abierto sus puertas a lanzadores cuyo peso histórico proviene de un pico dominante y transformador:
Sandy Koufax,
Dizzy Dean,
Rube Waddell.
El argumento es simple: cuando un pitcher marca una época, el tiempo de servicio es secundario. Valenzuela no solo marcó una época: marcó una cultura.
Una vida dedicada al deporte que cambió
Tras su retiro, Fernando siguió enriqueciendo el juego como voz en español de los Dodgers, llevando la emoción del béisbol a generaciones que crecieron escuchándolo. En 2023, el club retiró su número 34, un honor reservado solo para los eternos.
Cooperstown es el último paso natural.
Veredicto: el Toro ya es inmortal, falta que el Salón lo reconozca
Fernando Valenzuela unió a una ciudad, inspiró a un continente e hizo que el béisbol hablara español. Dominó en el montículo, trascendió fuera de él y dejó una huella imposible de reemplazar.
Si el Salón de la Fama quiere ser fiel a su misión de celebrar no solo estadísticas, sino la historia viva del béisbol, entonces el caso es contundente:
Fernando Valenzuela merece estar en Cooperstown.






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