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El lujo de ganar: la paradoja del dinero en las Grandes Ligas

Por Fernando S.C/ Mr. Strike


El tema del tope salarial ha vuelto a la conversación. Todo comenzó cuando los Dodgers de Los Ángeles se acercaron a un logro que no se ve desde hace un cuarto de siglo: un bicampeonato, algo que solo los Bombarderos del Bronx consiguieron en el año 2000. Aquellos Yankees no solo levantaron dos títulos seguidos; lograron un tricampeonato histórico, venciendo a los Padres (1998), a los Bravos (1999) y finalmente a los Mets (2000).

Pero si algo unía a esos Yankees y a los Dodgers actuales es su poder económico. Los neoyorquinos de aquel entonces manejaban una nómina cercana a los US$ 92–93 millones, una fortuna para la época. Hoy, los Dodgers, con figuras como Shohei Ohtani, Yoshinobu Yamamoto y Roki Sasaki, operan con una masa salarial entre US$ 350 y 400 millones. En la MLB, una de las fórmulas más efectivas del éxito sigue siendo la misma:

Sacar la chequera y comprar la gloria a cómodos pagos diferidos.


I. El falso equilibrio


En el béisbol, la igualdad es una ilusión tan frágil como una línea al jardín central. Dentro del diamante reina la pasión; fuera de él, el verdadero juego lo disputan agentes, gerentes y dueños, donde los contratos valen más que los swings.

El romanticismo de antaño —cuando se jugaba “por amor a la franela”— quedó en el pasado. Hoy, el béisbol es un negocio, y el negocio más lucrativo se juega con tinta y cifras.

Mientras ligas como la NFL, la NBA e incluso la MLS imponen topes salariales para garantizar cierta paridad entre franquicias, la MLB sigue bailando al ritmo del dinero. Y la pista no se detiene: el ejemplo más reciente es el de Juan Soto, quien firmó con los Mets por 15 años y 765 millones de dólares. Un contrato que desafía cualquier noción de límite.

Aunque existe el llamado Luxury Tax, su efecto es más simbólico que real. No frena el gasto: simplemente lo encarece.


 ¿Qué es el “Luxury Tax”?


El Luxury Tax —oficialmente Competitive Balance Tax (CBT)— impone un recargo a los equipos que exceden cierto umbral de nómina cada temporada. No limita el gasto, pero penaliza a quienes lo hacen en exceso, con la intención de mantener una apariencia de equilibrio competitivo.


 Orígenes


  • 1994: huelga por disputas salariales entre jugadores y dueños.

  • 1996: se crea el primer impuesto experimental.

  • 2002: se formaliza bajo el nombre CBT, convirtiéndose en parte permanente del sistema económico de MLB.


 Desde el CBA 2022, existen cuatro niveles:

  1. US$ 237 M: 20 % de impuesto.

  2. + 20 M: + 12 %.

  3. + 40 M: + 42.5 %.

  4. + 60 M (el llamado Nivel Steve Cohen): + 60 % hasta 110 %.


El costo de la grandeza


Por ejemplo: desde 2003, los Yankees han pagado más de 350 millones de dólares en impuestos de lujo, una cifra que supera la nómina anual completa de varios equipos combinados.

Y más recientemente, en 2023, los Mets de Steve Cohen rompieron todos los récords con una nómina CBT de 375 millones de dólares y un pago adicional de más de 100 millones en penalizaciones, superando incluso el gasto total de franquicias como los Rays de Tampa Bay.

 

Con todo esto sobre la mesa, surge una pregunta inevitable:

 

¿La imposición de impuestos realmente garantiza la paridad competitiva entre equipos?

 

Porque en este dilema no todo es blanco o negro; como diría Aristóteles, siempre existe una extensa escala de grises.

Y si bien ya hemos analizado el tema desde la óptica del espectáculo y del mercado, falta considerar la perspectiva más importante: la del pelotero.

 

En una industria cada vez más consumista, el jugador ha pasado a ser la materia prima del negocio —la pieza que se negocia, se cotiza y se exprime para sostener el espectáculo.

Ahí es donde la discusión del dinero deja de ser financiera… y se vuelve humana.


II. La ironía de la meritocracia


Desde la perspectiva del jugador, el tope salarial no promueve la justicia; la limita. El béisbol siempre fue el laboratorio del sueño americano: el talento te eleva, no el presupuesto del club que te contrata. Un salary cap sería un candado a la ambición, un retroceso en la libertad económica conquistada por los peloteros y hasta una violación a los derechos económicos de los jugadores.


 1. Libertad de mérito


Un estudio de la University of Colorado Boulder encontró que la carrera promedio en MLB dura 5.6 años. Para lanzadores, apenas 4.8 años. Otros estudios actuales la colocan por debajo de los 3 años.


Es por ello que, aunque un jugador logre llegar al “gran show”, su ventana para capitalizar esa posición es extraordinariamente corta. Cinco o seis años no son mucho si consideramos que solo unos pocos de ellos suelen coincidir con su máximo nivel de rendimiento.


De ahí la importancia de los contratos sin tope salarial: estos acuerdos no solo aseguran una compensación justa para el pelotero en su etapa de mayor valor, sino que además incentivan la productividad sostenida a lo largo del tiempo. También refuerzan la necesidad de invertir en desarrollo, salud, gestión de carrera y en preparar la inevitable transición postprofesional, algo que muchas veces se ignora en las oficinas, pero que define el futuro de cientos de jugadores.


Otro punto medular de esta encrucijada es que el talento en el béisbol no es intercambiable. No hay dos Shohei Ohtani, ni otro Aaron Judge. Son atletas irrepetibles, anomalías genéticas y mentales que surgen una vez cada generación.


Y si un equipo puede —y quiere— pagar por esa rareza humana, ¿por qué prohibírselo?


2. El sindicato, la muralla


El MLBPA (Major League Baseball Players Association)  ha sido, desde su nacimiento, mucho más que un sindicato: ha sido una trinchera de dignidad.


En un entorno donde los dueños dictaban las reglas y los jugadores eran tratados como piezas reemplazables, la unión se volvió rebelión.


Los peloteros aprendieron que su fuerza no estaba en el bat ni en el guante, sino en la solidaridad. Desafiaron al sistema que los quiso disciplinar y lo vencieron con organización, convicción y coraje.


El Major League Baseball Players Association demostró que, cuando la fuerza de trabajo se reconoce como tal, ningún imperio económico puede someter la voluntad de quienes generan el espectáculo.


En su lucha, dejaron un mensaje eterno:


“El juego puede ser de ellos, pero el espíritu… siempre será nuestro.”


Gracias a ellos existen:


  • La agencia libre (1976).

  • Los arbitrajes salariales.

  • Los contratos garantizados.


Cada conquista surgió de una misma premisa: el jugador no es propiedad, es capital humano con derechos.


Un tope salarial rompería esa lógica y devolvería el poder total a los dueños, limitando entonces los intereses de cada pelotero.


 3. El béisbol es diversidad


El encanto del béisbol radica en su asimetría creativa:


  • Hay equipos que compran estrellas,

  • otros que las forman,

  • y algunos que las descubren donde nadie mira.


Esa desigualdad es lo que da alma al juego.

Sin contrastes, no hay héroes ni villanos.

El tope salarial los borraría a ambos.


III. Los que rompieron el molde: cuando el ingenio venció al presupuesto.


En medio de un ecosistema dominado por gigantes, hubo quienes decidieron romper el sistema. Los Athletics de principios de los 2000, bajo Billy Beane, revolucionaron la historia con el método conocido como “Moneyball”.Fue el nacimiento de la sabermetría moderna, una forma de desafiar la chequera con ciencia y estadísticas.


Mientras los Yankees y los Red Sox compraban talento como Ferraris, los A’s lo armaban con piezas de desecho… pero con precisión quirúrgica.

Su lema era claro:


“¿Cómo gano con lo que tengo, no con lo que deseo tener?”


Y lo lograron. Encontraron diamantes en los descartes, apostaron por el porcentaje de embasado (OBP) y reinventaron la forma de evaluar el talento.


El “Moneyball” no fue una moda, fue una declaración de guerra a la pereza institucional donde la idea de sacar la chequera y pagar por lo mejor, quedo sobrepasada por la ambición de la investigación.


Equipos como Tampa Bay Rays y Cleveland Guardians heredaron esa mentalidad: gastar menos, pensar más, competir siempre.


No todos los campeones se compran.

Algunos se construyen con convicción, ciencia y hambre.


IV. Conclusión: El precio del sueño americano


El béisbol siempre ha sido una metáfora de la vida: un deporte que recompensa la constancia, castiga la soberbia y celebra la imperfección. Pero cuando el dinero se sienta en el dugout, la esencia se pone a prueba. La conversación sobre el tope salarial no es realmente sobre cifras, sino sobre principios: sobre quién puede soñar y hasta dónde puede hacerlo.


Porque el dinero, aunque omnipresente, nunca ha sido el alma del juego. El alma son los niños que crecen con un guante roto y una ilusión intacta, los jugadores que llegan al “show” sin saber si durarán una temporada o una década. Son ellos quienes sostienen el mito del béisbol, no los ceros en la nómina.


Imponer un límite al valor del talento sería amputar esa esencia. Sería decirle al pelotero que su entrega tiene un precio máximo, que su esfuerzo tiene un techo. Y lo más grave: que su historia no vale más allá de lo que dicta una tabla contable.


El béisbol no necesita un tope salarial. Lo que necesita son mentes responsables y corazones valientes: dirigentes que sepan invertir sin corromper, sindicatos que sigan defendiendo al jugador como persona, y una afición que entienda que detrás de cada jonrón hay años de sacrificio, no solo una cifra en un contrato.


Si algo nos ha enseñado la historia —de los Yankees del 2000, los Dodgers del presente o los A’s del Moneyball— es que no existe una sola fórmula para ganar. Algunos compran estrellas; otros las forjan con ingenio. Unos conquistan con millones, otros con estadísticas, sudor y fe. Y en ese contraste vive la verdadera magia del juego.


El dinero puede comprar campeonatos, pero no puede comprar trascendencia. Esa se construye con visión, con coraje y con la voluntad de desafiar los límites, incluso cuando el marcador parece imposible. El tope salarial busca estandarizar lo inefable: domesticar la ambición. Pero el béisbol —como la vida— nunca fue diseñado para ser justo, sino para ser impredecible.


Y tal vez ahí esté la respuesta. La grandeza no se mide en cuánto gastas, sino en cómo enfrentas tus propias limitaciones. Porque al final, el juego no lo gana quien más paga, sino quien más cree.


El béisbol no necesita techo. Necesita alma. Y mientras haya alguien dispuesto a jugar con el corazón, el espíritu del juego seguirá siendo libre.

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