LOS HOMBRES QUE DOMAN EL CAOS.
- tercerstrikee
- hace 6 días
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Por: Fernando SC/ Mr. Strike.
El arte sagrado del noveno inning.
En el béisbol moderno, muchas cosas han cambiado. La llegada de la sabermetría y la analítica avanzada transformó el juego: hoy es raro ver abridores que superen los cien innings en una temporada, y casi una rareza encontrar a uno que complete la ruta entera.
El béisbol de fundamentos —ese que olía a polvo, sudor y estrategia pura— parece haberse diluido entre algoritmos y conteos de lanzamientos.
Pero hay algo que sigue intacto: la mística del hombre que lanza el último out. La labor del cerrador.
El peso del último lanzamiento.
Contrario a lo que muchos piensan, la mayor presión del juego no recae en el abridor ni en el cuarto bat.El verdadero peso lo carga el cerrador: ese hombre que entra cuando el partido arde, cuando cada lanzamiento puede sellar la victoria o incendiar la temporada.
Su tarea no es solo física.Sí, necesita una condición atlética impecable, pero lo que de verdad lo define es su fortaleza mental.Debe lanzar con el estadio rugiendo, el público rival hostigando y el reloj interno marcando la urgencia de tres outs que parecen imposibles.
Nadie encarna mejor el lado oscuro de ese oficio que Mitch Williams, apodado “Wild Thing” por su estilo desbordado.
En la Serie Mundial de 1993, los Phillies de Filadelfia estaban a un out de forzar un séptimo juego ante Toronto.Williams tenía la pelota.Pero Joe Carter tenía el destino.Con cuenta de 2-2, conectó un batazo eterno por el jardín izquierdo.Jonrón. Juego terminado. Campeonato para los Blue Jays.
Y Mitch Williams caminó fuera del campo como un fantasma: un héroe convertido en villano en cuestión de segundos. Ser cerrador no solo exige brazo, exige alma de acero.
Un solo lanzamiento puede inmortalizarte... o condenarte.
El arte y la ciencia del cierre.
El trabajo del taponero es una de las labores más ingratas del diamante.En segundos puede pasar de rozar la gloria a ser señalado como enemigo público por un blown save.Y, sin embargo, hay una estirpe de pitchers que se alimenta de esa presión, que disfruta el caos del noveno inning como los bomberos que se lanzan a apagar un incendio.
El repertorio no lo define la cantidad, sino la maestría con la que se domina un solo lanzamiento y la capacidad de explotarlo hasta sacar la victoria.Cada gran cerrador tiene “su” arma:
el cutter de Mariano Rivera,
la recta infernal del cubano Aroldis Chapman,
el sinker venenoso de Joakim Soria,
o la slider demoledora de Andrés Muñoz.
Rivera: la calma bajo fuego.
Cuando se piensa en cerradores, un nombre brilla sobre todos: Mariano Rivera.El panameño no solo redefinió lo que significa “cerrar” un partido; convirtió esa tarea en una forma de arte.
Con 652 salvamentos, una efectividad de 2.21 y 42 rescates en postemporada, Rivera fue la encarnación de la serenidad en el caos. Su dominio no residía en la variedad, sino en la perfección de un solo lanzamiento: su cutter, una recta cortada que destrozó bates por dos décadas y bastó para posicionarlo como el mejor cerrador de todos los tiempos.
Por eso, cuando en 2019 se convirtió en el primer pelotero elegido unánimemente al Salón de la Fama, nadie discutió el veredicto:
Mariano Rivera no solo cerraba juegos; cerraba historias con precisión divina y el pulso de un reloj suizo.
Joakim Soria: el honor de cerrar en español.
Pocos mexicanos han brillado de forma constante en ese rol, pero Joakim Soria, “The Mexicutioner”, lo hizo con elegancia y disciplina.
Nacido en Monclova, Coahuila, se ganó su lugar en las Grandes Ligas a base de temple, inteligencia y una ética de trabajo admirable.
Su carrera enseña una lección: no basta un brazo poderoso, hay que tener control, estrategia y resiliencia. Soria sobrevivió a una cirugía Tommy John, reinventó su repertorio —afinando su sinker y su comando— y demostró que el béisbol mexicano también puede producir cerradores de élite.
Su legado no son solo los salvamentos, sino la dignidad con la que representó a México en cada novena entrada.
Muñoz: la promesa que lanza fuego.
Si Rivera fue arte y Soria, orgullo, Andrés Muñoz es pura fuerza desatada.
El mochiteco debutó en 2019 con los Padres lanzando bolas que cruzaban las 102 millas por hora.Luego vino la oscuridad: una cirugía Tommy John que puso en duda su futuro en la Gran Carpa.Pero como buen cerrador, regresó más fuerte.
Hoy, con los Seattle Mariners, combina potencia y madurez. Su slider es una navaja que lastima hasta al bateador más oportuno, su recta un misil, y su temple… de piedra.
En una era de algoritmos y métricas, Muñoz recuerda que el béisbol sigue siendo un asunto de nervios, corazón y sangre caliente.
Con un ERA por debajo de 2.00 y 38 salvamentos en temporada regular, “El Plebe” representa el futuro del cerrador mexicano: preciso, impasible, letal.
Los hombres del noveno inning.
El cerrador vive entre dos silencios:el que antecede a su entrada y el que deja su último lanzamiento.
Ahí, en ese espacio mínimo entre el aplauso y el abucheo, se define la esencia del béisbol: la lucha contra el error, la fe en la precisión y la calma ante el caos.
Mariano Rivera lo convirtió en arte;Joakim Soria, en dignidad mexicana;Mitch Williams, en tragedia;y Andrés Muñoz, en promesa.
Cuatro nombres, cuatro destinos, un mismo escenario: el noveno inning.
Ser cerrador no es un trabajo, es una filosofía, una forma de vivir.
Es pararse frente al destino sabiendo que nadie puede ayudarte, que todos te miran, y que solo tu brazo puede salvar —o condenar— una historia entera.
Porque el cerrador no vive del aplauso. Vive del riesgo. Y mientras el mundo contiene la respiración, él lanza…y, a sesenta pies y seis pulgadas del home, la eternidad lo espera.
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